domingo, 22 de diciembre de 2013

CUENTO DE NAVIDAD



Con la llegada del invierno y para conmemorar la nochebuena os dedico este  relato navideño que he escrito basados en mis andanzas por la montaña de Asturias :
....El viento del Norte sopla con fuerza entre las crestas nevadas. Apenas puedo cubrir mi rostro helado mientras camino por el lindero del bosque de regreso a casa. Telas de niebla se posan sobre las desnudas ramas de las hayas que con formas fantasmagóricas voy descubriendo a mi agitado paso. El silencio del atardecer se ve alterado por el chasquido de una rama, el capoteo de mis botas sobre el manto encharcado ó el ulular de un cárabo que a lo lejos se adivina. 
La luz cada vez se hace más tenue preparándose para recibir a la fría y cercana noche. Tengo apetito y mis piernas están cansadas. Me sobresalto a ver como unos ojos rojos me observan fijamente desde la espesura del bosque. Tras unos instantes de alerta, sonrío al ver que es mi perro Cisco, quien sale alegremente a mi encuentro. Con las orejas gachas y el rabo agitado entre sus piernas, gira nerviosamente en torno a mi, mientras le doy unas palmadas a modo de saludo en su cabeza.
El trayecto hacia la cabaña transcurre ahora, encajado entre enormes desplomes de roca caliza, por un camino embarrado que zigzaguea junto al acerado río. Baja con mucha agua, formando atronadoras torrenteras debido a las intensas lluvias del invierno. Tengo que ir con cuidado, apoyándome a veces en la firme vara de avellano que llevo conmigo, para no caer en las heladas aguas. No hay luna, tan sólo unas pocas estrellas y la anochecida me ha sorprendido en el camino. Me guío por Cisco que como un avezado explorador me precede. De vez en cuando, detiene su marcha o regresa en mi busca cuando considera que he quedado más rezagado de lo normal.
Al llegar al húmedo y resbaladizo puente de madera, hago un alto para tomar resuello y frotar intensamente con mis manos la cara y orejas, en un vano intento de entrar en calor. Apenas distingo las rocas del río, que únicamente se adivinan unos cuantos metros abajo, por los destellos blancos de la corriente. Al cabo de un rato de dificultoso caminar por el desfiladero, llego al angosto valle. El camino va encajándose entre las lindes de los prados. Puedo distinguir en la distancia las tenues luces de varios caseríos colgados sobre las laderas, como si de un nacimiento se tratara, y algún que otro ladrido de perro que irrumpe en la noche. Ya no sólo huelo a hojarasca y humedad, ahora el dulce y tostado olor de la leña de roble me anuncia que estoy llegando a casa…
En un recodo del camino veo recortada en la oscura de la noche la cabaña de piedra con su rojiza y gastada teja. De una pequeña chimenea se escapa hacia la penumbra del cielo, hilos de humo blanco procedentes de las ascuas del viejo lar, del que cuelga sujeto por unas cadenas un gran caldero de cobre.. …Dejo en la antojana la vara de avellano, y tras quitarme con dificultad las embarradas botas de lona y piel, me coloco unas zapatillas de lana que me proporcionan un verdadero alivio para mis doloridos y helados pies. Empujo el viejo y quejumbroso portón, que a duras penas se puede mover ,y entro en la casa sintiendo una placentera sensación de hogar. Junto a un rellano de una pequeña ventana protegida por un reja, hay un candil que con cuidado enciendo y coloco sobre el herrumbroso clavo situado en una ennegrecida viga de castaño.
La estancia es modesta, el suelo es de piedra al igual que las grises paredes, que con tenue y cálida luz ahora se iluminan. No he hecho más que entrar cuando mi atención se dirige al fondo de la casa donde está la cuadra del ganado. Escucho el mugido intranquilo de un buey y el coceo de un animal contra las tablas. Sin saber bien que sucede, me calzo las madreñas, cojo en mi mano el candil para guiarme en la oscuridad y me dirijo hacia la cuadra de la cual proviene un agradable calor y olor a estiércol. 
A medida que me acerco, veo una débil luz que se filtra por las rendijas y hendiduras de la desvencijada puerta. Al traspasarla mi asombro fue tal que el candil cayó bruscamente de mis manos golpeando secamente el suelo. Allí junto a pesebre contemplé como una joven madre arropaba con candor a un niño que dulcemente dormía acostado sobre la paja. Junto a ella un hombre de barba larga contemplaba la maternal escena me dijo con voz grave y serena al tiempo : Bienaventurado seas.... Ha nacido el niño Dios para traer la paz y salvación al mundo.
La joven levantó su rostro y me dedicó una dulce sonrisa, mostrándome orgullosa al recién nacido. Subyugado por la escena, me arrodille con fervor y pude ver como una estrella surgía de los cielos situándose como un lucero encima de la cabaña mientras unos cantos celestiales venidos del mas allá se entonaban jubilosamente: Adeste, fideles, laeti, triumphantes, Venite, venite in Bethlehem: Natum videte Regem Angelorum Venite adoremus, venite adoremus ...